Esta mañana hablaba con un compañero
de trabajo, Jose, sobre la utilidad de la poesía. Quizá la poesía, tal y como
dijo Antonio Gamoneda, sirve para “aumentar la consciencia, pero no para
cambiar el mundo”. Entendemos que, como
todo lo bello, sólo se sirve a sí mismo.
No proporciona servicio práctico,
no nos presta nada que modifique la realidad, pero esa sola y única razón que
apunta Gamoneda, debiera bastar para leerla.
¿Acaso aumentar la consciencia y
ser guía en el camino no debieran ir juntos? ¿No son interior y exterior una
sola pieza indivisible?
Poesía está, pues, más allá de
letras y del propio lenguaje, esa palabra que golpea la pared del lenguaje y lo
destruye, lo transforma. Nada es ya lo que era.
Encuentro en este poema de Juan
Ramón Jiménez una explosión que galopa con el corazón hasta descubrirse, ya
fuera, se mueve, llena aquello que toca, allí donde pasa, aplaca las tormentas
del alma.
De pronto, me dilata
mi idea,y me hace mayor que el universo.
se me queda dentro. Estrellas
duras, hondos mares,
ideas de otros, tierras
vírjenes, son mi alma.
mientras sin comprenderme,
todo en mí piensa.
Entonces, todo
Y en todo mando yo,
Juan Ramón Jiménez
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